sábado, junio 25, 2005

Fase 08 - De Lauren y la Otra Persona

-Oye, Hombre… ¿Estás bien?-. Gem estaba agachado a su lado. Vincent se secó los ojos y se limpió la boca con el dorso de la mano. Recostado sobre una lápida contigua a aquella en la que había vomitado, levantó la cabeza para mirar a CoolDive.
-¿Qué se supone que es esto? ¿Un chantaje de algún tipo? ¡¿Qué coño queréis de mi, eh?! ¡Ya he pagado por aquello! ¡Veinticinco años! ¡¿Qué es lo que queréis ahora, cabrones?!-. Las lágrimas inundaron de nuevo sus ojos, al tiempo que empujaba con fuerza a Gem. Éste cayó al suelo, atónito. Vincent se levantó y se acercó de nuevo a aquella lápida. Allí estaba su nombre.

Lauren Harris (2000-2040) tu hija no te olvida

Lauren Harris… Piedraluna. Vincent recordó la última conversación que mantuvo con ella a través de internet. Fue el once de enero de 2015, el día en que él cumplía quince años. El día en que un simple clic de ratón cambió el mundo. El día del Necronomicón. Aquello fue por el mediodía, pero esa misma tarde se vieron en persona, y aquel si que fue el último encuentro. Tras despedirse y separarse, caminando cada uno en una dirección, todo ocurrió de pronto. Vincent nunca llegó a su casa, pues un grupo de policías le esperaba. La orden de detención estaba dada, y él pasaría los veinticinco años siguientes en la cárcel. Y nunca más supo de ella. Y ahora que había vuelto, se encontraba con esto. Lauren debería ser una mujer de cuarenta años con más de media vida por delante, igual que él. Pero no era así. Ella estaba muerta.

-Si sirve de algo, te diré que ocurrió antes de que volvieras. No podrías haberla visto de todos modos. Sé que es duro, Hombre, especialmente después de haber pasado el último cuarto de siglo encerrado, pero es lo mejor. Saberlo cuanto antes, quiero decir, y verlo con tus propios ojos. Yo…-. Gem dudó unos segundos. Mientras tanto, Vincent seguía mirando la inscripción. Se encontraba en cuclillas, y con su dedo seguía el contorno de las letras. Parecía estar en trance. –Yo… lo siento, Hombre.
-¿Cómo murió?- Vincent parecía haberse recuperado de pronto. Se puso en pie y se encendió un cigarrillo, mientras esperaba una respuesta. -¿Cómo murió?- repitió. Pero Gem no respondió. En lugar de eso, dio media vuelta y comenzó a caminar de vuelta a la estación de metro.

-¿Estás solo?- Vincent levantó la cabeza y quedó helado ante lo que vio. Sólo tenía diez años, pero podría asegurar que aquella era muchacha más hermosa que había visto en su vida. La niña le miró directamente a los ojos, desafiante. -¿Puedo sentarme?- y, sin esperar una respuesta, se sentó a su lado. -¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes? ¿Qué haces aquí solo?
-Me llamo Vincent, tengo diez años y estoy aquí para ver una película. Quería hacer cola, pero… parece que no hay ninguna cola que hacer.
-Bueno, aún queda una hora para que empiece la sesión. No a todo el mundo le apasiona el cine tanto como a ti, Vincent. Encantada. Me llamo Lauren, y tengo diez años también. En realidad, los he cumplido hoy. ¿Qué película vienes a ver?
-Oh, es… es una película extraña. Ciencia-ficción. Se llama Thicca. ¿Qué vienes a ver tú?- Vincent sintió por primera vez en su corta vida interés por una persona del sexo opuesto. ¿Qué tenía aquella niña de especial?
-Bueno, vengo a ver una película de animación con mis padres. Están arriba, comprando las palomitas. Empieza en media hora. Ni siquiera sé el título de lo que vamos a ver. Creo que preferiría ver esa de la que hablas, Thicca. Seguro que es más interesante-. La niña dudó unos instantes. -Oye, Vincent, ¿por qué no me das tu dirección de contacto?- de nuevo sin darle tiempo a responder, la chica se puso en pie, sacó un papel y un boli de su bolsillo y garabateó algo en él. Luego hizo una bola con la nota y se la arrojó a Vincent al pecho. -¡Hasta luego, Vincent! ¡Disfruta de tu película!
Lauren subió corriendo los escalones, al encuentro con sus padres, que sostenían a duras penas tres enormes paquetes de palomitas y tres vasos con refresco. Vincent se quedó mirándola hasta que desapareció en el pasillo que conducía a las salas de proyección. Recogió el papel y lo estiró, y encontró escrito en él una dirección de contacto. Sentando en los escalones de la entrada del cine, Vincent dibujó en su cabeza la imagen de la cara de Lauren. Y, de pronto, se dio cuenta de que tenía una estúpida sonrisa cruzando su cara.

Corrió colina abajo hasta alcanzar a CoolDive, que ya cruzaba el portón de hierro. El resto del camino hasta la estación y el viaje en metro transcurrió en el silencio más absoluto. Hasta que, tras diez minutos de trayecto, Gem pareció recordar algo de pronto.
-Escucha, Hombre. Tienes que acompañarme a un lugar. Quizá no te parezca el momento más apropiado y prefieras irte a tu apartamento a beberte unas cervezas y fumarte unos cigarros tumbado en el sofá añorando tu adolescencia, pero esto es realmente importante. Estamos hasta el cuello, tú y yo. Y no somos los únicos. Así que ven conmigo y te daré algunas respuestas.

Tras otros diez minutos de viaje subterráneo, Gem se levantó. Habían llegado, y ambos bajaron del metro. Esta estación tenía mucho mejor aspecto que las otras dos, y además disponía de un enorme ascensor. Subieron una distancia que Gem especificó como ciento treinta metros, y aparecieron en medio de una transitada avenida. En la fachada del edificio que había frente a la salida del metro, alguien había escrito con grandes letras una críptica frase: “etereo existe – quiero mi pasado”. Vincent vio una enorme cantidad de personas andando en todas direcciones. Algunas de ellas circulaban en bicicleta y otras iban en un amplio tranvía que discurría por el centro mismo de la avenida. Pero no vio un solo coche.
-Mira al cielo, Hombre. ¿No tiene un color precioso? Es la ausencia de contaminación. En 2027, la Unión De Naciones publicó el Nuevo Tratado por la Conservación del Medio Ambiente, prohibiendo todos los medios de transporte que usasen combustibles contaminantes, y, en las ciudades más avanzadas, el uso de cualquier tipo de transporte privado. Resultó que tuvimos tan mala suerte que fuimos elegidos ciudad avanzada y se nos negó la posibilidad de tener nuestros propios coches, incluso aunque fuesen eléctricos. Por eso ahora tenemos tantas líneas de metro y tranvía, todas gratuitas, y hay bicicletas para todos. Faltaría más. Si nos prohíben el transporte privado, qué menos que disponer de un equivalente público gratuito, ¿no te parece?

CoolDive entró en un pequeño edificio. Subieron treinta plantas en ascensor, y se encontraron en un largo pasillo lleno de puertas. Gem se detuvo ante una de ellas, con el número 3009. El joven introdujo una llave en la cerradura y abrió la puerta. Vincent le siguió hasta el interior del apartamento, oscuro y bastante desastrado. En el fondo no se diferenciaba demasiado de su propio piso. Gem caminó con desgana hasta un sofá situado en la pared derecha del salón y se dejó caer en él, al tiempo que sacaba un paquete de tabaco de su bolsillo y se encendía un cigarrillo.

-¿Cuántas veces tendré que decirte que eso mata, CoolDive?- la voz suave de una mujer pilló por sorpresa a Vincent. Adaptando los ojos a la oscuridad, reconoció una segunda silueta en el sofá. La figura extendió un brazo y encendió una lámpara de pie, iluminando la habitación. Vincent vio entonces a la chica que había hablado, y se quedó completamente paralizado. Ella.
-Hola, Vincent. Yo soy Erin.
Así que se llamaba Erin. La chica de la semana anterior.
La niña de los veinticinco mil créditos.

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