sábado, abril 02, 2005

Fase 02 - De los Antiguos Recuerdos

Las dos figuras estaban sentadas la una frente a la otra. La luz, que llegaba hasta ellas desde un punto indeterminado, difuminaba la escena. Sólo podían distinguirse dos siluetas negras, sentadas en sendas sillas, envueltas en penumbra a excepción del lejano foco. La imagen, a primera vista, provocaba desasosiego en uno, pero también, a su vez, armonía. Porque ambos contornos estaban exactamente el uno en frente del otro, en idéntica posición, con la excepción de sus piernas. Mientras que la figura de la izquierda tenía las piernas recogidas debajo de la silla, la de la derecha las tenía extendidas hacia delante. Este esquema visual daba sensación de equilibrio, de simetría, y, al mismo tiempo, de sometimiento, de desigualdad. Toda una metáfora de la contradicción, y siempre una imagen llena de magia.

La silueta de la izquierda, la de las piernas recogidas, incorporó el torso, separándose del respaldo de la silla, mientras inclinaba la cabeza hacia abajo. La postura de escucha se convertía ahora en postura de reflexión. Instantes después, su cabeza volvió a elevarse, estableciendo, o eso parecía, un contacto visual directo con la figura de la derecha. Se disponía a hablar.

-Eso que has dicho…- siguió una pausa. –No puedo creerlo.
-Crees en cosas más inverosímiles- contestó la voz de una mujer, que se correspondía con la figura de la derecha, piernas extendidas, actitud desafiante.
-No tiene nada que ver. En absoluto, nada que ver.
-Creía que me apoyarías- contestó la voz femenina.
-Es una locura. Una completa locura. No cuentes conmigo- la silueta de la izquierda, cuya voz correspondía a un hombre ya entrado en años, se puso de pie con calma, casi con lentitud, para, a continuación, dirigirse con parsimonia hacia la parte derecha de la imagen. Se detuvo a la altura de la mujer, y puso una mano sobre el hombro de ella. –No cuentes conmigo- repitió. Y desapareció por la parte derecha de la imagen. Al mismo tiempo, La silueta de la mujer se puso de pie con un gesto ágil, y, con grandes zancadas, desapareció por la parte izquierda.

-¿Le interesa?- preguntó una voz a su espalda. X se sobresaltó. Se hallaba completamente absorto en la imagen que mostraba aquella pantalla. Después de tanto tiempo… volvía a ver aquella secuencia. Las sombras, uno de los momentos cumbre. Un comienzo intenso. X ni siquiera se dio cuenta, al principio, de las características de la pantalla. Se trataba de algo extraordinario, muy distinto al estúpido monitor del viejo ordenador que había tenido veinticinco años atrás. Esta pantalla era, en realidad, una fina lámina de algún material similar al cristal. Tendría un grosor de apenas un centímetro, quizá menos. Tanto en su borde superior como en el inferior, la pantalla estaba protegida por una banda de un material de apariencia metálica. De la banda inferior surgía, además, un estilizado soporte con el que la pantalla se apoyaba sobre la estantería.
-¿Perdón?- se disculpó X.
-Le preguntaba que si le interesa. La pantalla, claro, no la película. Esa puede encontrarla en cualquier videoteca. Es todo un clásico. ¿Está interesado en la pantalla? Eso es lo que le preguntaba-. El vendedor sonrió, tratando de resultar amable ante un posible cliente. X dudó unos instantes antes de responder.
-De hecho… sí, creo que sí. En realidad estoy buscando un equipo completo. Supongo que podrá ayudarme.
-En efecto, yo soy su hombre. Acompáñeme al interior, por favor-. El vendedor le guiñó un ojo al tiempo que masticaba un chicle con un exagerado movimiento de mandíbula. Al menos los vendedores no han cambiado en todo este tiempo, X sonrió para sus adentros.

X se encontraba en plena calle, paseando, cuando se encontró con aquella secuencia en una pantalla que se exponía en un escaparate de una tienda de informática. Y, al ver a las dos siluetas sentadas, enfrentándose, en medio de la oscuridad, Le invadió una sensación de nostalgia que le dejó pegado en la acera. No fue consciente, pero se había pasado los últimos diez minutos con la cara embobada mirando fijamente lo que sucedía en la pantalla. En realidad, al estar dentro de un escaparate de cristal blindado –que, además, probablemente estaría relleno de alguna clase de micro-fibra de aleación de titanio-, resultaba imposible escuchar la conversación que las siluetas mantenían. Pero X recordaba perfectamente cada palabra, cada sonido, cada entonación asignada a cada línea del guión. Hubo un tiempo en el que se sabía de memoria toda la película, que duraba nada menos que dos horas y quince minutos. Hubo un tiempo en que era un apasionado del cine. Pero desde aquello habían pasado veinticinco años. Toda una vida.

Y de pronto, contemplando aquellas imágenes, le acudió todo a la memoria, como una avalancha. Su película favorita. No era la mejor película de la historia, ni había ganado ningún Oscar de la Academia, ni los puristas críticos de la época la habían valorado positivamente. Pero eso no importaba, porque se trataba de su película favorita. Con el título de Thicca, cuando se estrenó en los cines, el viernes nueve de abril de 2010, X, entonces con diez años, faltó a sus clases para poder hacer cola en la entrada de la sala donde se proyectaba. Thicca, en realidad, no batió récords de taquilla, y X se pasó la mayor parte del día sólo, sentado en la puerta del cine, hasta que a menos de una hora de que comenzase la proyección comenzaron a llegar algunas personas. Pero, con el tiempo, la película se convirtió en un clásico del cine de ciencia-ficción, siendo considerada por algunos como uno de los mejores títulos de la historia del género, junto con otros exponentes como 2001: A Space Odyssey, Blade Runner, la primera entrega de The Matrix o City Of Spares. Estas dos últimas provocaron diversas opiniones, pero para X se trataba de auténticos clásicos. Sin embargo, Thicca iba aún mas allá, convirtiéndose en un referente, un ideal, una manera de vivir. Durante los siguientes cinco años, Thicca se convirtió en su película.

Todo aquello resultaba ahora tan lejano, tres décadas atrás en el tiempo, que X no pudo más que sonreír. Sin embargo, ver aquellas imágenes en la pantalla le había provocado una sensación que hacía mucho tiempo que no sentía. Ilusión, vida, X se había emocionado por primera vez en los últimos veinticinco años. Volvía a ser humano. Aquél uno de junio de 2040 fue un viernes cualquiera más para el resto de la humanidad, pero para X se convirtió en el día en que volvió a sentirse como una persona real. Y no era poco. Volvía a estar vivo, a ser parte del mundo. Thicca había vuelto a dar sentido a su vida, como lo hiciese tantos años atrás. Y, en el fondo, X sabía que no se trataba más que de una simple película ideada por alguien tan perdido como él mismo y con dudoso talento artístico. Pero era su película. El mundo había cambiado tanto en los últimos veinticinco años, y, sin embargo, él, un hombre de cuarenta años, seguía siendo el mismo niño de diez años que se emocionaba ante la estremecedora oscuridad de una destartalada sala de cine. Como en aquella sala de cine, el sonido del proyector tableteando volvía a provocarle la segregación de adrenalina, y X volvía de nuevo a sentir ese cosquilleo en su interior. Pero el vendedor ya había entrado en la tienda de informática, y X debía seguirle al interior. Su nuevo ordenador le esperaba, flamante, guardado en una caja dentro de un polvoriento almacén. Se sintió como cuando trasteaba con su vieja computadora hace veinticinco años, y entró en la tienda dando saltos como un niño. Uno de junio de 2040… X recordaría ese día.

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