viernes, abril 01, 2005

Fase 01 - De la Liberación del Necronomicón

Todo ocurrió en 2015. Bueno, se podría decir que todo terminó en aquél momento. O que todo comenzó entonces. Eso sólo depende del punto de vista. Lo que no cambia es el hecho de que el once de enero de 2015 ha pasado a la historia como el día del Necronomicón. Dicho nombre no hace referencia al Libro de los Nombres Muertos surgido de la imaginación de Howard Phillips Lovercraft, sino al virus informático más devastador de la historia. Un programa de tal repercusión que sumió a la humanidad en un caos instantáneo y sacudió los cimientos de la sociedad de la información. Mucho han cambiado los conceptos de la informática desde entonces, si bien es cierto que gran parte de esos cambios ocurrieron precisamente a raíz de dicho virus.

Comenzó con un suave murmullo, pero pronto se extendió irrefrenablemente por todo el planeta y escasas horas después era muy poca la gente que, por unos motivos u otros, no se había visto afectada. El Necro cuenta en su haber con una buena colección de nada desdeñables récords. Se estima, por ejemplo, que el tiempo transcurrido entre la liberación en la red del virus y la situación de emergencia a escala planetaria fue de unas seis horas, cantidad que oscila entre las cuatro y media y las nueve según la fuente consultada. Aún hoy son demasiado imprecisas las estimaciones que intentan aproximar las pérdidas económicas que supuso el desastre. Pese a que sólo han pasado veinticinco años desde aquél día, en realidad no se saben a ciencia cierta la mayoría de los datos que circulan sobre ello. Su radio de acción se estima en la completa inutilización de aproximadamente un 80% de los equipos informáticos conectados a Internet de todo el planeta. Y no una inutilización que pudiese solucionarse con un formateo y una reinstalación del correspondiente sistema operativo, no. Los ordenadores infectados por el virus no volvieron a funcionar nunca. Hay unas cuantas preguntas que los informáticos siguen haciéndose acerca del Necro. Entre ellas, el cómo un programa de software fue capaz de dañar irremediablemente todo tipo de piezas de hardware sigue encabezando la lista. Muchos creen que nunca se encontrará una respuesta, otros dicen que las grandes empresas fabricantes de la industria informática se valieron del pánico de los clientes para venderles productos nuevos cuando, en realidad, los viejos sí tendrían arreglo. Lo cierto es que esto es algo que nunca se sabrá, porque, desde entonces, aún no se ha encontrado en ningún lugar el archivo original del virus. No existe ninguna copia de éste, y puesto que tampoco se ha conseguido obtener información alguna de los ordenadores infectados, no se sabe absolutamente nada del Necronomicón en sí. Todos estos interrogantes contribuyeron, a medida que pasaba el tiempo y la fecha clave iba resultando más lejana, a la creación del mito. Hoy es imposible determinar a ciencia cierta cómo sucedió todo, pero todo el mundo conoce la leyenda.

El reloj digital que había en la mesa del escritorio marcaba las 12:03 del mediodía. Domingo, once de enero de 2015. El día de su cumpleaños. Vincent cumplía sus 15 años del mismo modo que había venido haciéndolo los anteriores: delante de su ordenador. Giró la cabeza para dedicarle un vistazo al exterior. Hacía un buen día para ser invierno. El sol había encontrado un par de huecos entre las nubes por donde llegar hasta el suelo, que aún seguía mojado por las recientes lluvias. La ciudad estaba abarrotada: el ruido del tráfico se mezclaba con el murmullo de los transeúntes que corrían ajetreadamente de un lado a otro de la ciudad, cargados con bolsas y con el paraguas en la mano. Vio las copas de los árboles del parque que había dos manzanas mas allá. Desde su situación, no alcanzaba a ver el suelo, pero se imaginaba el lugar lleno de gente mayor sentada en bancos, y perros corriendo por la hierba, dejando su rastro allí donde podían hasta que no les quedase en su interior más rastro que dejar. De pronto se escucharon los pitidos de unos cuantos coches. Probablemente alguien había cruzado la calle con el semáforo en rojo. Pero el escándalo duró más de la cuenta: debía haberse formado un atasco, lo cual no era especialmente extraño a aquellas horas. Vincent, ligeramente cansado tras haber pasado toda la noche despierto delante de su ordenador, se levantó tambaleándose hasta la ventana, que estaba abierta unos pocos centímetros, y la cerró. Desanduvo el camino y volvió a sentase en su silla de escritorio negra, cuyas ruedas estaban poco menos que inutilizables. Como tantas otras veces, tuvo que levantarla del suelo para colocarla mejor, ya que hacía tiempo que había dejado de rodar. Se giró levemente para coger un refresco de la pequeña nevera que tenía al lado del escritorio, y luego se acomodó en la silla. Abrió la lata y dio un largo y reconfortante sorbo: de nuevo frente a la pantalla.

Minimizó todas las ventanas con un clic de ratón para buscar en su escritorio el icono del RBMessenger, uno de los clientes de mensajería más populares del último año, programado por una de las empresas de software alternativo más reconocidas por los usuarios, y un verdadero terror para las multinacionales de la informática. Ella estaba conectada. Vincent no tuvo tiempo de acercar el puntero a su nombre cuando ella ya le había abierto una ventana de conversación.

Piedraluna dice:
Ey! Felicidades! Cómo te va?
Geeker dice:
Hola… bien…
Geeker dice:
Mira, ahora no tengo tiempo. Hazme un favor, quieres?
Piedraluna dice:
Claro, dime. Hoy, lo que sea. Es tu cumpleaños!
Geeker dice:
Necesito que apagues tu ordenador. Ahora. Apaga tu ordenador y desconéctalo de Internet, por si acaso. Lo mejor sería que lo desenchufases también. Desconecta de tu ordenador todos los cables que tenga, vale? Y mejor aún si no sales de casa. Al menos de momento.
Piedraluna dice:
Qué? De qué estas hablando?
Geeker dice:
Sólo hazlo, por favor.
Piedraluna dice:
En serio, qué pasa? Va a pasar algo?
Geeker dice:
Por favor.
Piedraluna dice:

Piedraluna dice:
Está bien. Lo haré. Pero espero que no te pases. La última vez me asustase.
Geeker dice:
… tranquila. Todo está controlado. Solo haz lo que te he dicho.
Piedraluna dice:
Está bien… lo haré. Cuándo podré conectarme de nuevo? Y cuándo hablaremos?
Geeker dice:
No lo sé. Ya lo verás. Hasta luego.
Piedraluna dice:
Adiós.

Vincent cerró la ventana, y luego todos los programas. Encendió un cigarrillo y le dio un par de caladas. Durante unos minutos, fue alternando sorbos del refresco con caladas. Pasado un rato prudencial, confió en que ella hubiese hecho lo que le había pedido. Apuró el último trago, dio una última calada que consumió ya parte del filtro, y apagó el cigarro contra el cenicero. Cogió el ratón y abrió rápidamente una serie de ventanas, accediendo a través de directorios ocultos e introduciendo contraseñas. Finalmente llegó al archivo, llamado nuevo.txt. Con un doble clic, cambió su extensión para convertirlo en nuevo.zip. Descomprimió el archivo, teniendo que introducir una contraseña más. Allí estaba: necro.jpg. Pero no era un archivo jpg. Cambió también la extensión de este archivo, pero para ello necesitó otra contraseña. Al fin estaba allí, el trabajo de sus últimos tres años. Necro.exe. Su gran obra. Primero grabó el archivo en un CD-R, que se metió en el bolsillo. Ahora sí. Ejecutó el programa. La imagen de la pantalla comenzó a parpadear, y Vincent aprovechó el momento para sacar otro cigarrillo y encendérselo. Al tiempo que dejaba el mechero sobre el escritorio, la pantalla del ordenador se quedó en negro. Pronto, su ordenador quedaría completamente inutilizable. Un pequeño sacrificio por un bien mayor. Mientras el interior de la máquina rugía tímidamente, Vincent se levantó y se acercó a la ventana con el cigarro en la boca. Aspiró el humo hasta lo más hondo de sus pulmones, y luego cogió el cigarro con la mano. Uno. Dos. Tres. En medio del atasco, todos los semáforos se apagaron de pronto. Su obra ya estaba comenzando a trabajar. Cuatro, cinco, seis. Manzana a manzana, barrio a barrio, las ventanas iluminadas, los escaparates llamativos, los carteles de luces de neón, fueron apagándose desde el horizonte. Casi creyó que podía escuchar los golpes de la corriente eléctrica retirándose. Se giró para mirar su ordenador, con la pantalla aún negra, pero con las indicaciones luminosas parpadeando. De pronto, se apagaron todas. Y su equipo de música. Y su despertador. Ya estaba. El Necronomicón estaba en el aire. Conociendo el mundo. A estas alturas, ya debía haber llegado a, cuanto menos, dos o tres países vecinos. En las próximas horas, conquistaría el planeta. Siete, ocho, nueve. La Nueva Era acababa de empezar.

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