lunes, abril 04, 2005

Fase 04 - Del Ensamblaje de la Máquina

Dio otro largo sorbo de la botella de cerveza, y luego se incorporó para dejarla encima de la mesa. Volvió a apoyarse en el mullido respaldo del sofá, sin quitar los ojos de la caja, tan perfectamente empaquetada que aún dudaba si abrirla o no. Porque sabía que, en el preciso instante en que la desprecintase, la magia pasaría a tener fecha de caducidad, y pronto su contenido carecería del más mínimo interés. Había sentido aquello otras veces, hacía demasiado tiempo como para recordarlo con exactitud, pero sabía que todo aquello que uno compra nuevo, deja de serlo en el momento en que se estrena. Pero dentro de aquella caja de cartón se escondían exactamente 2.235 créditos, y era una cantidad desorbitada para permanecer más tiempo encerrada. Apuró la cerveza de un trago y se hurgó en el bolsillo. Sacó un arrugado paquete de cigarrillos y un mechero, y se encendió uno. A continuación, se levantó del sofá.

X se sentó sobre sus rodillas y se inclinó hacia delante. La caja parecía completamente cuadrada, y cada uno de sus lados medía aproximadamente cincuenta centímetros de longitud. X introdujo el dedo entre la separación de dos láminas de cartón en la cara superior, para luego hacer presión hacia el exterior sobre la tira adhesiva que las mantenía unidas. Con un rápido gesto, la caja estaba abierta. Ahora X se puso de pie y separó las láminas, dejando al descubierto el contenido. Y se encontró exactamente con lo que había sospechado: más cajas, en esta ocasión de distintos tamaños y colores, y separadas entre ellas por virutas de alguna clase de material sintético esponjoso similar al algodón, que parecía cumplir sin dificultad su cometido de proteger el contenido de golpes indeseados. X extrajo los diferentes paquetes, uno a uno, soplando sobre ellos para desprender el material protector, y fue dejándolos con cuidado sobre el suelo, en línea recta. Recogió los restos algodón en el interior de la caja grande, y la apartó al rincón más alejado de la habitación. Volvió hasta donde estaban las demás y se sentó en el suelo.

X cogió la primera de las cajas, que era a su vez la más grande de ellas. Al tacto, resultó ser sorprendentemente ligera. Examinó las ilustraciones y las indicaciones de la caja durante unos segundos, pero los nervios eran más fuertes, y abrió ágilmente el paquete. Esta vez sí, allí estaba: su nuevo monitor RLD de 20 pulgadas en formato panorámico de proporción 14:9, con una tasa de refresco de 6 microsegundos y con una resolución equivalente de 19.000x12.000 puntos. Resultaba aún chocante comprobar que la pantalla era completamente transparente estando apagada, y, probablemente, lo sería también en parte durante algunas funciones del sistema operativo. 885 créditos invertidos en un producto de futuro: se estimaba que en los últimos cinco años las pantallas RLD habían experimentado un crecimiento de calidad hasta límites insospechados, pero ese crecimiento ya se había detenido, y era bastante improbable que el aparato resultase obsoleto en los siguientes 15 años. Todo lo contrario que a principios de siglo, cuando uno podía comprar un producto de última tecnología sabiendo perfectamente que un año después tendría una nueva versión con infinidad de nuevas funciones, más potencia y un precio irrisorio. Parecía que, por fin, los tiempos de la carrera tecnológica habían quedado atrás, para beneficio del usuario último.

Se centró ahora en la segunda caja, segunda también en tamaño. Esta era extremadamente alargada y delgada, y contenía el llamado ‘soporte-i’, de 400 créditos. El soporte-i era una pieza de hardware estándar, la base principal del ordenador, el aparato sin el que nada funcionaba. Al soporte-i se conectaban todo tipo de complementos y periféricos en diferentes puertos de conexión, desde memoria RAM hasta los discos de almacenamiento, pasando por todo tipo de lectores y grabadores de soportes de memoria, y también los periféricos esenciales, tales como impresoras y escáneres, cámaras de fotografía y video, reproductores multimedia o dispositivos de juegos y, por supuesto, teclado y ratón. Los soportes-i de los diferentes fabricantes seguían un estándar y, por lo general, resultaban totalmente compatibles con la gran mayoría de dispositivos del mercado, además de funcionar también como fuente de alimentación, de manera que sólo había que conectar un cable a la corriente eléctrica, e incluso llevaban integrado el adaptador de red y un pequeño sistema de altavoces. El estándar actual, el IS2.05, llevaba vigente los últimos ocho años, y por lo que parecía, resultaba poco probable que fuese a ser cambiado en toda la siguiente década. La idea era que un mismo soporte-i era capaz de trabajar con infinitas combinaciones de componentes, independientemente de la potencia de estos, lo cual facilitaba sobremanera el antaño costoso proceso de comprar y montar un ordenador a partir de piezas de hardware adquiridas por separado.

El resto de cajas contenían diferentes componentes básicos para el soporte-i, entre ellos, dos placas de diez gigabytes de memoria RAM, una unidad de almacenamiento extraíble de quince terabytes de capacidad, un procesador de doble núcleo G10, y un lector-grabador Samman con soporte para los cinco formatos estándares de tarjetas de memoria del momento. En total, 750 créditos. Por último, desempaquetó también un teclado y un ratón inalámbricos, y una conf-camera bastante sencilla y económica: los tres periféricos le habían costado 200 créditos. Ya estaba todo.

X se puso de nuevo de pie, notando una punzada de dolor en la espalda causada por el rato que llevaba sentado en el suelo e inclinado hacia delante, pero hizo caso omiso de la molestia. Recogió el monitor del suelo y lo llevó hasta el destartalado escritorio que se encontraba empotrado contra la pared del fondo de la habitación. A continuación volvió para recoger el soporte-i con una mano, llevando en otra la pequeña maraña de cables incluidos. En un tercer y último viaje, X cargó con los diferentes componentes y periféricos que quedaban en el suelo. Acopló el procesador y las dos placas de memoria, que se colocaban en la parte plana superior del soporte-i; realizó las conexiones necesarias para el lector de tarjetas y el disco de memoria mediante sus correspondientes cables, que se enchufaban en el frontal; por último conectó el receptor inalámbrico de teclado-ratón, con un simple clic, en el lateral izquierdo. Ya solo quedaban tres cables. La conexión de la pantalla RLD, el cable de red para la conexión al servicio WiRed, y, por último, el cable de alimentación, que conectó a la toma de la corriente eléctrica.

Y ya había terminado. El montaje del sistema, incluso siendo un completo inexperto como él, no le había ocupado más de cinco minutos de su tiempo. Ahora solo tenía que pulsar el botón de encendido. Estaba a un dedo de distancia de conocer exactamente cómo y cuánto había cambiado su mundo. No, un segundo. X dio media vuelta y se dirigió de nuevo hacia el sofá. Metió la mano en su mochila, rebuscando, hasta que dio con una última caja. Allí estaba la otra pieza clave. El sistema operativo. Al contrario que en 2015, cuando los sistemas operativos eran sencillos programas de software que se descargaban de Internet o bien se compraban en soportes ópticos, en 2040 las cosas eran radicalmente distintas. Para empezar, los sistemas operativos -o SOs- se comercializaban en forma de periféricos, es decir, piezas de hardware externas, lo cual, por un lado, facilitaba las actualizaciones que fuesen necesarias y, por otro, evitaba la piratería, resultando casi imposible crear una copia del hardware exacto de un SO. El mercado ya no estaba dominado por un par de grandes empresas que se repartían el total de usuarios. En lugar de eso, diferentes estudios de software intercambiaban ideas y licencias para mejorar sus versiones de los sistemas operativos. De una misma empresa podían encontrarse hasta cinco versiones distintas del mismo sistema operativo, orientadas a diferentes sectores profesionales o privados, según las necesidades de software requeridas.

En el caso de X, el vendedor de informática le había obsequiado al final de la compra con el sistema operativo NaviOSbasic 5.1, la última versión de la edición sencilla de NaviOS, uno de los sistemas de mayor calidad y estabilidad del momento. Desempaquetó el aparato, que presentaba el tamaño aproximado de aquellas prehistóricas cintas de cassette que alguna vez había visto de pequeño, preciadas posesiones de sus padres, carentes de valor físico para ellos pero, al parecer, importantes en un sentido sentimental. La parte inferior estaba formada por un conjunto de pequeñas placas metálicas rectangulares, que en contacto con los receptores del soporte-i, permitían el funcionamiento del SO, mientras que en la parte superior se veía serigrafiado el logotipo de NaviOS con una pequeña inscripción justo debajo que rezaba “basic”, así como una pequeña pantalla LCD que en ese momento, lógicamente, se encontraba apagada. X se acercó al escritorio, y encajó el SO en la ranura del soporte-i destinada para ello. Ahora sí.

X se sentó en la silla, encendió el monitor, y, nervioso, pulsó un pequeño botón redondo en el soporte-i con el clásico símbolo de encendido-apagado. Inmediatamente, la pantalla RLD se encendió, dejando apenas entrever una serie de comandos parpadeando a una enorme velocidad en la parte inferior. El texto aparecía en blanco sobre un borroso rectángulo negro, ocupando una parte minúscula de la pantalla, mientras que el resto de la superficie continuaba perfectamente transparente. Esto duró apenas un segundo, pues justo después apareció el logotipo del sistema operativo, durante un instante –el tiempo justo para leer el nombre- para luego dejar paso al interfaz de usuario. En total, el proceso de arranque del sistema había tardado unos cuatro o cinco segundos, nunca más de eso. X se quedó mirando la pantalla, boquiabierto, pero no era la tremenda velocidad del sistema lo que llamaba su atención, o no solo eso. El interfaz de usuario mostraba una barra superior con unos pocos enlaces a opciones de configuración, y cuatro iconos estaban organizados verticalmente en el extremo izquierdo de la pantalla. Pero X tampoco estaba fijándose en eso. Lo que había atrapado su atención era el fondo de la pantalla, aquello que había detrás de la barra superior y los iconos.

Atrás habían quedado los fondos de pantalla de bonitos paisajes o figuras geométricas imposibles. Lo que la pantalla mostraba era aquello que había detrás de ella, deformándose en un movimiento continuo. El fondo de pantalla no era ninguna imagen. El fondo de pantalla era una cascada de agua a través de la cual se veía la realidad, todo lo que había más allá del ordenador. X no pudo mas que empezar a reír, y pronto levantó la pantalla con sus brazos, moviéndola a su alrededor para ver toda su habitación a través de ella. Cuando se calmó, volvió a colocar el monitor en su sitio, pero seguía sin poder definir lo que acababa de sentir. Al ver aquella pequeña maravilla, X supo que había sido sólo entonces cuando de verdad había comprendido lo mucho que todo había cambiado.

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