lunes, junio 20, 2005

Fase 05 - Del Contacto con el Desconocido

La Unión Digital lo controlaba todo. X recordaba ahora los tiempos en los que existían centenares de programas de intercambio de archivos con los que uno podía descargarse gratuitamente cualquier cosa a su ordenador, desde películas hasta libros, pasando por discos de música, documentales o colecciones de fotografías. En aquellos tiempos se hablaba mucho de la piratería como un grave riesgo para los derechos de autor. Como dijera Arthur Conan Doyle, lo que un hombre podía esconder otro hombre podía descubrirlo, y eso era exactamente lo que ocurría. No importaba cuántos métodos se inventasen para combatir la piratería y proteger las creaciones artísticas: ninguna era infalible, y tarde o temprano uno siempre podía encontrar una versión gratuita e ilegal de cualquier cosa. Sin embargo, ahora existía la solución definitiva.

La dictadura de la red dejaba todo el poder en manos de la Unión Digital. Nada ocurría en la WiRed sin que ellos lo supiesen. El método era sencillo: el requerimiento de una Identificación Virtual para acceder a la red chocaba irremediablemente contra la idea del anonimato pero permitía un control absoluto ante cualquier acción ilegal. La Unión sabe en todo momento qué haces y quien eres. Si delinques, ellos lo sabrán, y no saldrás impune. Así pues, a X no le quedó más remedio que pagar de nuevo por aquello que le perteneció veinticinco años atrás. Al precio de cinco créditos el tema, X podía comprar cualquier canción.

Cuando tenía quince años, también existían servicios de venta de música a través de la red, pero entonces uno se descargaba los archivos en su ordenador y hacía con ellos lo que quería. Ahora las cosas eran distintas: uno compraba una canción y podía escucharla donde y cuando quisiese sin llevarla encima. En su ordenador, en su reproductor musical, en su navi. Uno no se descargaba los archivos, sino que, tras introducir su identificación virtual, podía acceder, mediante cualquier aparato conectado a la red, de la música que había comprado, en cualquier lugar. También había cambiado la forma de hacer música. Los soportes físicos de cualquier formato, ya fuesen cds, dvds o mini-disc habían pasado a la historia. Los autores ya no componían y editaban albumes completos, sino temas sueltos que publicaban cada cierto tiempo en la red. Uno podía comprar música a través de su ordenador o en cualquier tienda, y luego acceder a ella directamente. X no comprendía cómo era posible que, en la actualidad, la gente prefiriese dejar de un lado los soportes físicos. Veinticinco años antes habría sido absurdo renunciar a un cd, con su caja, su portada, sus ilustraciones y su libro de letras. Todo se había digitalizado. Incluso lo material.

Por suerte, la música más antigua se vendía a precios especiales y en packs de discos, y X sólo tuvo que desembolsar 150 créditos por la discografía completa de Kontiki, su grupo de música favorito desde antes de la llegada del Necronomicón. X hizo clic en el título del primer disco y los primeros acordes de Music For Minorities comenzaron a sonar. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras escuchaba aquél tema instrumental, un preludio de un minuto a la segunda pista del álbum, titulada A Song For Minorities. X recordó la última vez que había escuchado ese disco, en 2015. Habían pasado veinticinco años, pero aún recordaba cada uno de los acordes e instrumentos que conformaban cada una de las diez canciones de aquél disco. Life Is A Slow Death, el álbum de debut de Kontiki, fue publicado en junio de 2010 acompañado de un enorme éxito que auguraba a la banda como la revolución del rock en los albores de aquella entonces nueva década. Cuatro álbumes siguieron a aquél, confirmando el talento de una banda que pasó a la historia de la música tras su disolución cinco años más tarde, en 2015. Fue como si, al tiempo que X caía, sus mitos cayesen con él. Como el mito de la libertad en la red, caído tras la llegada del Necronomicón. Lo que debió ser una liberación fue en realidad interpretado como un símbolo del mal que la anarquía virtual representaba en la sociedad, y se convirtió en una excusa perfecta sobre la cual se fundaron las bases de la Unión Digital: de la vigilancia surge el control, y del control surge la estabilidad. La WiRed, nombre que recibía la internet de 2040, era sin duda estable y segura, pero, ¿a qué precio?

Sí, sin duda X había sido vigilado desde su regreso. De eso no cabía la menor duda. Y aquél mensaje en la pantalla de su ordenador lo confirmaba. X no conocía a nadie, no tenía contactos. ¿Cómo le habían localizado? El mensaje que había aparecido ante sus ojos rezaba: Sé quien eres. Nada más. ¿Sabía quién era? Eso no tenía sentido. O quizá sí. La Unión Digital no perdía el tiempo. ¿Quién eres tú? Preguntó X. Eso no importa. El que importa eres tú. No podía creerlo. Sólo hacía unos pocos días que había vuelto, y ya le habían reconocido dos personas. Nada de aquello parecía tener el más mínimo sentido. Nadie podía conocerle. Nadie podía reconocerle. Hacía veinticinco años. No podía ser.

Pero era. Aquél desconocido, al parecer, se había hecho con el control de su ordenador. X no podía hacer nada más que seguir conversando. Veinticinco años antes, habría sido él quien hubiese asaltado los ordenadores de otras personas, pero ahora las cosas habían cambiado. Alguien había tomado su ordenador. El desconocido resultó responder ante el alias de CoolDive, pero X prefirió permanecer en el anonimato. Fuese como fuese, no hacía falta identificarse, ya que el otro parecía conocerle. No tienes mucho tiempo. Ella te está esperando. Maldita sea. CoolDive le dijo que estaba en peligro. Que su única oportunidad era quedar con él. Pero, ¿quién demonios era? ¿de qué le conocía? X comenzó a hartarse. Si realmente sabes quien soy, dimelo. CoolDive no se hizo esperar. Pronto apareció su respuesta.
He bloqueado tu ordenador. Los tiempos han cambiado y tú no vas a saber arreglarlo. Ya no eres un informático experto, ahora mismo tu ordenador sólo es un pisapapeles. Si quieres recuperarlo, encuéntrate conmigo.
Y, para que veas que no miento, te diré quien eres.
Tú eres Vincent.
El padre del Necronomicón.

Tú eres Geeker.

Oh, vaya.
Eso sí que era un problema.

Licencia de Creative Commons
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.